Me gusta ver a la madera cediendo ante las peticiones del fuego, me gusta verla quebrarse, cayendo, como hirvientes brasas recordando, sin embargo, que hasta que no sean ceniza, ellas fueron un robusto palo seco para encender la lumbre, la rama cansada seca y muerta de un árbol viejo incapaz de dar mas frutos, cortada, sesgada, arrancada de los brazos de su matriz, violada.
Ya se rompe otro, el calor se expande, sin poder evitarlo, establezco una comparación entre los palos ardiendo de esta lumbre, y la personalidad, quizás se encuentre ardiente, verde, seca, quizás incluso no le falte demasiado para acabar siendo ceniza que se llevará el viento, pero nunca, nunca olvida como era yo en realidad, como la madera, aún habiendose caido y supurando fuego, nunca olvida la forma en que la plantaron, creció, la regaron, o le quitaron el alimento. Nunca se olvida de QUIÉN es, quizás yo sí lo he olvidado.
Pero ella no, nunca, nunca lo olvida, a pesar de que sin excepción ni tregua ni tiempo ni purgatorio ni confesionario, acabaremos siendo polvo blancuzco que surque el cielo al final de nuestra vida, porque otra, no hay, ella no se olvida de cuando fue proclamada parte de un parque natural.
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