Y corríamos pletóricos de alegría, mientras caía encima la lluvia mas copiosa del siglo, fusil en mano, ahogados nuestros pulmones por el esfuerzo.
Nada importaba ya, y a nuestros ojos se mostraba, negra de ceniza y humeante el enorme edificio, derruido por los obuses, las minas y la artillería.
Habíamos vencido, y al fin, empapados, llorando, sangrando, con las armas caladas y el corazón en un puño.
La victoria era nuestra, y clavamos la bandera roja teñida de la sangre de nuestros camaradas sobre las ruinas de nuestra ciudad, porque ya era nuestra, era del pueblo que pecho henchido pisaba el pasado, mientras como un niño disfrutaba, dejándose amar por su madre, la clase obrera que lucha...
Y pasamos, una vez mas.
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