jueves, 18 de septiembre de 2014

Poetuelos romances y metanfetamina.

Y es que ocurre que cuando la poesía se transforma
en la justificación neurótica de una modernidad vacía
donde la gente guapa nunca se ahorra
ni uno de mil para encontrar amantes.

Aquellos que hablan de estupefacientes y calendarios
que llorarían viendo teñida en rojo su nariz
recuerdan su último amor de fin de semana
cuando volaban a cambio de medio de spiz.

Sin embargo siguen escribiendo, recitando
y yo, los vuelvo a escuchar, y a reir
por oir sus dramas de salón, mientras
otro joven que tuvo sueños vende su piel
                                                                  en el polígono.

Y a cambio de mas heridas en su alma
se vomita encima y se postula a apostol de la muerte
y yo, lloro porque el mundo no gira, y a pesar de todo,
nunca deja de moverse.

Juro que este es mi último poema.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Poema XVIII

La combustión de los trazos verdosos
atrapándome por la espalda y sin permiso,
un zarpazo salvaje clavándose sobre los posos
de la locura, viajando, rodando por el piso.

Y retrocedo, y estás bañado en líquido amniótico
y ese mismo padre, de nombre impronunciable
me rechaza y sufro ese maldito panóptico
como observador y observado de miles de realidades.

Entonces, solo entonces, supe, conocí, comprendí
toda existencia y toda verdad
antes de despertarme y llorar, llorar
como aquel niño tembloroso y descuidado que fuí.

Y me abracé de nuevo clavándome las uñas
y me atravesó el pecho la indiferencia
el dolor y el asco de desconocer la circunferencia
del conocimiento que contra mí como un hierro hirviendo empuñas.

Poema 8 de febrero de 2013

Mi pequeña musa, cuyo olor se abraza
a la ropa cuando si te resistes puedo besarte
rota ya, vestida de jaras, tabaco y zarzas
cuando tu abrigo es la última frontera para volar hasta Marte.

Y tu caricia a mi neocortex, tras la que se niegan
a responderme los brazos, los dedos, las velas,
los tobillos, el bombeador de sangre, las piernas
y mis ojos, incapaces de abrirse riegan mis mejillas.

Un armónico sonando contra la cabeza y el reflejo
de mirarte como antaño miraba las hormigas,
y la circunflexión del tronco arrugado y viejo
de al encina que atesora, mis intentos por amarte.

Una nuca, la mía, esperando que vengan
a capturarme esos mamíferos vampíricos de leyendas eslavas
dejándose caer en el asiento que no existe, tú quedándote
a mi lado, mientras escucho voces, susurros, palabras.

Los recuerdos que me gritan tu ausencia
marcándome a fuego que marchaste, tras escupirme,
tras follarme con odio y con tu ambigua presencia,
que nunca llegué del todo a pensar tener que creerme.

Callas, callas como hacen todos, incapaz
de mirar mis pupilas tan verdes como tu semilla
y te vas, y vuelves a pedirme de rodillas
que yo, a quien vomitaste encima tu indiferencia
te conceda otra oportunidad.

Y yo, impasible, duermo por tu culpa
imaginando el desayuno de dudas
que sobre mi paladar habré de soportar
y lloro, y clamo, y rompo el papel sobre el que escribí:


"Respirad mis gritos callados, porque yo, ni puedo ni podré,
tener ni conceder, ninguna otra oportunidad".