miércoles, 17 de septiembre de 2014

Poema XVIII

La combustión de los trazos verdosos
atrapándome por la espalda y sin permiso,
un zarpazo salvaje clavándose sobre los posos
de la locura, viajando, rodando por el piso.

Y retrocedo, y estás bañado en líquido amniótico
y ese mismo padre, de nombre impronunciable
me rechaza y sufro ese maldito panóptico
como observador y observado de miles de realidades.

Entonces, solo entonces, supe, conocí, comprendí
toda existencia y toda verdad
antes de despertarme y llorar, llorar
como aquel niño tembloroso y descuidado que fuí.

Y me abracé de nuevo clavándome las uñas
y me atravesó el pecho la indiferencia
el dolor y el asco de desconocer la circunferencia
del conocimiento que contra mí como un hierro hirviendo empuñas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario